SANTA COLOMA DE GRAMENET
Hace años era algo que uno decía en voz baja, tras haber recibido ciertas miradas y soportado comentarios como «Ciudad sin ley» o «Chicos, mirad si todavía lleváis las billeteras encima». Son esas cosas que se hacen al ser joven y natural de un lugar que había adquirido cierta mala fama, de esa que dura a través de los años, aunque a finales de los 80 la ciudad era ya muy diferente a lo que había sido dos décadas atrás. Supongo que lo mismo le pasaba a todas las chavalas y chavales que salían de sus barrios para ir a estudiar fuera, en localidades donde al parecer el ratio de delincuencia, quinquis, y yonquis era mantenido a cero. «Soy del Carmelo», «Soy de Trinitat Vella», «Soy de Nou Barris», «Soy de Torre Baró», tendría un efecto muy similar en sus interlocutores al que tenías si decías «Soy de Santa Coloma» (o «Santako», como los oriundos venimos a referirnos). Esto te daba pasaporte con el sello de «garrulo» durante una buena temporada en la universidad. Pasaporte que tenías que borrar a base de excelentes en tus notas o veranos sin recuperar asignaturas. El respeto, chicas y chicos, es algo que te tienes que ganar. No va con la partida de nacimiento. También aprendí a hacerse respetar, manteniendo la cabeza alta, lanzando lo que denomino «la mirada de la muerte» y una actitud muy Manuel Villanueva (los que os habéis leído la novela ya sabéis a qué me refiero).
Ahora es diferente y me enorgullezco de haber hecho de mi ciudad parte del escenario de mi primera novela a cuatro manos con mi amigo José Requena. Algún listillo, llegando a estas líneas, estará pensando: «Sí muy orgulloso, pero, según consta en tu bio de la novela, vives en Terrassa». Ante este tipo de comentario suelo alegar: «Cuando buscaba vivienda con mi pareja, a principios del nuevo siglo, tenía un trabajo de profesor a media jornada y debía elegir entre un piso de 40 metros cuadrados por 200.000€ en Santako y uno de 90 metros cuadrados por 80.000€ en Terrassa. No tuve mucha opción».
Por otro lado admito que queda muy guay escribir sobre lugares en los que siempre «pasan cosas»; cualquier ciudad de Estados Unidos podría ser el escenario perfecto para cualquier novela de suspense, acción o terror como El feriante, ¿no? La gran influencia de la televisión y el cine norteamericano en nuestra cultura ha hecho que nos resulte difícil concebir que algo emocionante, terrorífico o incluso sobrenatural pueda suceder en nuestro país, en una ciudad que ni tan solo es capital de provincia o comarca. Sin embargo, José y yo lo tuvimos bien claro: nuestra historia tendría lugar en nuestras ciudades natales (Mataró y Santa Coloma de Gramenet), con algún otro suceso en Barcelona y Tarragona.
Algunos de nuestros lectores nos han comentado que lo que les gusta de El feriante, es la proximidad de los lugares y la cultura que contextualizan la historia y cómo hemos conseguido que un caso tan peculiar resultara convincente en un escenario tan cercano. Esos lectores pertenecen a una generación específica, pero es curioso que los de generaciones posteriores también hayan hecho el mismo comentario.
Muchos de los lugares mencionados en El feriante existen o han existido en la historia de Santa Coloma de Gramenet. Los bares, cervecerías y restaurantes mencionados (Bar/cervecería Victoria, Casa Pepe, El Cruce) todavía están en activo y sus platos siguen gozando de una buena fama. Otros, como el bar de la Plaza de la Vila donde los Villalobos, Sampedro y el padre Medina disfrutan de una mariscada, dejó de existir al hacerse la remodelación de la plaza, que no solo acabó con el restaurante y su terraza sino también con la circulación de vehículos y autobuses, como era el caso en el año donde transcurre nuestra historia. Otros restaurantes y bares colomenses todavía se pueden visitar, como es el caso de Casa Victoria, conocida anteriormente como Cervecería Victoria y que ahora es Nueva Casa Victoria. Podéis seguirlos en Facebook o mejor aún: ¡visitarla y degustar sus platos!
Tampoco podría haber comenzado la novela sin mencionar uno de los símbolos que, con el paso de las décadas, se ha convertido en uno de los más representativos de la ciudad: la A de anarquía pintada en uno de los muros del Barrio de Can Franquesa, a la vista de todos los que se acerquen a la ciudad. Si queréis saber más sobre este famoso graffiti, podéis visitar este artículo del periódico El País.
El colegio Pallaresa, donde Toñi Navarro trabaja, también es real, aunque en esa época el centro estaba dividido en dos; el colegio Juan XXIII, de currículo más español y el colegio Pallaresa, de currículo más catalán. He obviado este detalle en la novela, pues es un poco enrevesado y no ofrecía nada vinculante a la historia. Yo fui estudiante en el Pallaresa y doy fe de que el incidente del partido de fútbol y la muchachada animando a su equipo que se menciona en la novela es verídica.
La Iglesia Mayor y el Pasaje Jaume Gordi son unos de los escenarios
decisivos, por muchos motivos, y he intentado describirlos tal y como eran 38 años atrás con la mayor
precisión posible. La iglesia es una auténtica belleza arquitectónica. A continuación tenéis algunas fotos para que os hagáis una idea.
Entrada a la rectoría
Otro lugar que existió y que he recreado con muchísimo cariño en las páginas de El feriante ha sido la LIBRERÍA-PAPELERÍA GUERRERO, cuyos propietarios fueron mis padres. Durante años llevaron este negocio con muchísimo esfuerzo y trabajo para sacarnos a mi hermano y a mí adelante. Los personajes que allí aparecen (Pilar, Manuel, Manuel junior y Raúl) son reales. Es mi pequeño homenaje a mis padres y a toda una vida de trabajo y amor por sus hijos.
El ferial de Can Zam solía ser el lugar donde cada año se ubica la feria para la fiesta mayor de Santa Coloma, que tiene lugar el primer fin de semana de cada septiembre. Actualmente, desde 2014, tiene lugar el popular Rock Fest Barcelona y se puede llegar en Metro.