martes, 31 de agosto de 2021

LOCALIZACIONES (1)

 SANTA COLOMA DE GRAMENET

        «Soy de Santa Coloma de Gramenet».

    Hace años era algo que uno decía en voz baja, tras haber recibido ciertas miradas y soportado comentarios como «Ciudad sin ley» o «Chicos, mirad si todavía lleváis las billeteras encima». Son esas cosas que se hacen al ser joven y natural de un lugar que había adquirido cierta mala fama, de esa que dura a través de los años, aunque a finales de los 80 la ciudad era ya muy diferente a lo que había sido dos décadas atrás. Supongo que lo mismo le pasaba a todas las chavalas y chavales que salían de sus barrios para ir a estudiar fuera, en localidades donde al parecer el ratio de delincuencia, quinquis, y yonquis era mantenido a cero. «Soy del Carmelo», «Soy de Trinitat Vella», «Soy de Nou Barris», «Soy de Torre Baró», tendría un efecto muy similar en sus interlocutores al que tenías si decías «Soy de Santa Coloma» (o «Santako», como los oriundos venimos a referirnos). Esto te daba pasaporte con el sello de «garrulo» durante una buena temporada en la universidad. Pasaporte que tenías que borrar a base de excelentes en tus notas o veranos sin recuperar asignaturas. El respeto, chicas y chicos, es algo que te tienes que ganar. No va con la partida de nacimiento. También aprendí a hacerse respetar, manteniendo la cabeza alta, lanzando lo que denomino «la mirada de la muerte» y una actitud muy Manuel Villanueva (los que os habéis leído la novela ya sabéis a qué me refiero).

     Ahora es diferente y me enorgullezco de haber hecho de mi ciudad parte del escenario de mi primera novela a cuatro manos con mi amigo José Requena. Algún listillo, llegando a estas líneas, estará pensando: «Sí muy orgulloso, pero, según consta en tu bio de la novela, vives en Terrassa». Ante este tipo de comentario suelo alegar: «Cuando buscaba vivienda con mi pareja, a principios del nuevo siglo, tenía un trabajo de profesor a media jornada y debía elegir entre un piso de 40 metros cuadrados por 200.000€ en Santako y uno de 90 metros cuadrados por 80.000€ en Terrassa. No tuve mucha opción».

     Por otro lado admito que queda muy guay escribir sobre lugares en los que siempre «pasan cosas»; cualquier ciudad de Estados Unidos podría ser el escenario perfecto para cualquier novela de suspense, acción o terror como El feriante, ¿no? La gran influencia de la televisión y el cine norteamericano en nuestra cultura ha hecho que nos resulte difícil concebir que algo emocionante, terrorífico o incluso sobrenatural pueda suceder en nuestro país, en una ciudad que ni tan solo es capital de provincia o comarca. Sin embargo, José y yo lo tuvimos bien claro: nuestra historia tendría lugar en nuestras ciudades natales (Mataró y Santa Coloma de Gramenet), con algún otro suceso en Barcelona y Tarragona.

     Algunos de nuestros lectores nos han comentado que lo que les gusta de El feriante, es la proximidad de los lugares y la cultura que contextualizan la historia y cómo hemos conseguido que un caso tan peculiar resultara convincente en un escenario tan cercano. Esos lectores pertenecen a una generación específica, pero es curioso que los de generaciones posteriores también hayan hecho el mismo comentario.

     Muchos de los lugares mencionados en El feriante existen o han existido en la historia de Santa Coloma de Gramenet. Los bares, cervecerías y restaurantes mencionados (Bar/cervecería Victoria, Casa Pepe, El Cruce) todavía están en activo y sus platos siguen gozando de una buena fama. Otros, como el bar de la Plaza de la Vila donde los Villalobos, Sampedro y el padre Medina disfrutan de una mariscada, dejó de existir al hacerse la remodelación de la plaza, que no solo acabó con el restaurante y su terraza sino también con la circulación de vehículos y autobuses, como era el caso en el año donde transcurre nuestra historia. Otros restaurantes y bares colomenses todavía se pueden visitar, como es el caso de Casa Victoria, conocida anteriormente como Cervecería Victoria y que ahora es Nueva Casa Victoria. Podéis seguirlos en Facebook o mejor aún: ¡visitarla y degustar sus platos!

 

El bar-cervecería Victoria, actualmente

    Tampoco podría haber comenzado la novela sin mencionar uno de los símbolos que, con el paso de las décadas, se ha convertido en uno de los más representativos de la ciudad: la A de anarquía pintada en uno de los muros del Barrio de Can Franquesa, a la vista de todos los que se acerquen a la ciudad. Si queréis saber más sobre este famoso graffiti, podéis visitar este artículo del periódico El País

    El colegio Pallaresa, donde Toñi Navarro trabaja, también es real, aunque en esa época el centro estaba dividido en dos; el colegio Juan XXIII, de currículo más español y el colegio Pallaresa, de currículo más catalán. He obviado este detalle en la novela, pues es un poco enrevesado y no ofrecía nada vinculante a la historia. Yo fui estudiante en el Pallaresa y doy fe de que el incidente del partido de fútbol y la muchachada animando a su equipo que se menciona en la novela es verídica.

 

El colegio Pallaresa, actualmente

    La Iglesia Mayor y el Pasaje Jaume Gordi son unos de los escenarios decisivos, por muchos motivos, y he intentado describirlos tal y como eran 38 años atrás con la mayor precisión posible. La iglesia es una auténtica belleza arquitectónica. A continuación tenéis algunas fotos para que os hagáis una idea.


Fachada principal



Vista lateral de la torre del campanario


Glorieta a los pies de las escaleras, si os habéis leído la novela ya sabéis que aquí hubo follón

 
El Paseo Jaume Gordi arranca de la glorieta y baja hasta cruzarse con Rafael de Casanovas

Entrada a la rectoría

    Otro lugar que existió y que he recreado con muchísimo cariño en las páginas de El feriante ha sido la LIBRERÍA-PAPELERÍA GUERRERO, cuyos propietarios fueron mis padres. Durante años llevaron este negocio con muchísimo esfuerzo y trabajo para sacarnos a mi hermano y a mí adelante. Los personajes que allí aparecen (Pilar, Manuel, Manuel junior y Raúl) son reales. Es mi pequeño homenaje a mis padres y a toda una vida de trabajo y amor por sus hijos.


De la librería-papelería todavía conservamos el letrero

El ferial de Can Zam solía ser el lugar donde cada año se ubica la feria para la fiesta mayor de Santa Coloma, que tiene lugar el primer fin de semana de cada septiembre. Actualmente, desde 2014, tiene lugar el popular Rock Fest Barcelona y se puede llegar en Metro.

 

    Finalmente, otro lugar reproducido en la novela es el descampado en las cercanías del Monasterio de san Jerónimo de la Murtra, que fue lugar de peregrinación de muchas familias los domingos para hacer barbacoas y pícnics. Nuestros padres solían frecuentar para reunirnos con otros miembros de la familia. A modo de anécdota, recuerdo haber vivido cierto experimento con un aparato de televisión y una batería de coche...

RAÚL REYES

Créditos fotos: Raúl Reyes, excepto foto de rótulo, realizada por Manuel Reyes.

jueves, 19 de agosto de 2021

LA FERIA, UN GRAN POLO MAGNÉTICO

¿Vendrás esta noche a la feria?

    Raúl y yo queríamos escribir una historia que fuese motivadora y que nos cautivase, en tanto que escritores y lectores, desde el primer momento.

    Muy bien. Teníamos una idea de los personajes principales, la trama, muchos temas...pero necesitábamos una argamasa. En alguna parte oí que el niño que fuimos muestra el camino a las personas que hoy somos, aunque en ocasiones no lo apreciemos así. 

    Durante los primeros compases, tanteamos escenarios como nuestros hogares, la escuela, etc pero si hubo un escenario con un magnetismo irresistible fue, sin duda, la feria. Mucho antes de los grandes parques temáticos, cuando los grandes referentes del ocio familiar, y el regalo más codiciado en nuestra comunión, eran los parques de atracciones (pienso, sobre todo, en los parques de Montjuïc y el Tibidabo en Barcelona), los niños contábamos con verdadera devoción los días que faltaban para que se plantasen en los barrios de nuestras ciudades, primero, y en las fiestas mayores, después, las ferias.

    La feria, como tal, es un gran crisol que ofrece unas magníficas posibilidades narrativas. Tras varias animadas y divertidas charlas, Raúl y yo coincidimos en un punto que resultó capital en la creación de la atmósfera ferial de nuestra novela: la trastienda de la propia feria. Este fue el "disparador" de la historia. Partiendo de dos escenarios reales, Mataró y Santa Coloma de Gramenet, fuimos creando unos escenarios feriales inspirados, en parte, en nuestros propios recuerdos de las ferias de nuestra infancia. De entre los muchos recuerdos que atesoramos, hay uno que destacaba por encima de todos los demás: la figura del baturrico escanciando vino en el puesto de "Vinos Monroy"...

  ¿Casualidad? Cuando el primer borrador de la novela ya había acumulado bastantes páginas y la historia iba tomando forma, los recuerdos de las ferias de mi infancia cobraron vida. A finales de agosto de 2019, de regreso de unos días de descanso en Almería, mi familia y yo pernoctamos en Guadix (Granada), ciudad natal de mis padres y mi cuna familiar. Paseando junto a mis hijos y mi mujer, vi como un nutrido grupo de personas se afanaban en dejar a punto y poner en funcionamiento todos los bodegones, puestos y atracciones del recinto ferial que debía abrir puertas y dar inicio a la feria y fiestas de la ciudad al día siguiente. ¡Miel sobre hojuelas! ¡Una feria servida en bandeja!


    Varios de los puestos y bodegones ya se encontraban operativos y se permitía el acceso al público, coas que aproveché. Sentí un escalofrío y pensé automáticamente en Raúl cuando me topé con la caseta de "Vinos Monroy". Observé, embelesado, la figura del baturro que aunque se hallaba en pleno proceso de montaje, me ayudó a recrear e imaginar con viveza algunas de las escenas y situaciones que Raúl y yo habíamos plasmado en nuestro, entonces, primer borrador de la novela y me animó, si cabe, a seguir escribiendo con más ganas, potenciando también varias de las imágenes, escenas y situaciones que sin aquel encuentro fortuito no habrían pasado de ser más que meros esbozos, notas y apuntes.
Parada obligatoria


       A partir de aquella visita al ferial accitano, poder imaginar que la maldad y la vileza pueden coexistir en medio de la jovialidad, las risas y la adrenalina que surgen de una feria fue el impulso que nos animó a esmerarnos en el proceso de escritura de El feriante con ganas y ahínco. 

JOSE REQUENA

Crédito de fotos: José Requena.

jueves, 5 de agosto de 2021

LOS PERSONAJES (3)

 MANUEL VILALOBOS


Uno de los personajes principales de El Feriante es sin duda Manuel Villalobos, quien a través de la creación de la novela fue el que más cambios de apellidos sufrió. En un estadio muy temprano vino a llamarse Manuel Bocanegra. Al poco, y gracias a una sugerencia de Albert, un compañero de trabajo, lo cambiamos a Villanueva y así fue como se llamó a lo largo de todo el primer borrador. 

Sin embargo y casi por accidente,  o uno de esos pequeños milagros que te ahorran quebraderos de cabeza en el futuro, descubrí que ya existía otro inspector de policía con el mismo apellido😱. Efectivamente, ese otro Villanueva era el protagonista de las novelas del autor y periodista sevillano Julio Gijón Muñoz. Así pues decidimos ponernos manos a la obra para buscar otro apellido para nuestro inspector y, por extensión, su familia. Queríamos uno que fuera lo más parecido posible, pues tras un borrador completo de la novela nos iba a ser muy difícil acostumbrarnos a otro que no tuviera similitud alguna. Decidimos que Villalobos podría ser un buen candidato, pues se parecía en sonoridad y número de sílabas. De modo que así fue cómo finalmente nuestro protagonista llegó a llamarse Manuel Villalobos.

Manuel es a simple vista un policía duro, muy de su época, pero el lector descubre que hay algo más detrás de este personaje. Es un hombre que, pasada la mediana edad, descubre que su trabajo le ha traído más sinsabores que satisfacciones y es consciente de que las horas invertidas en comisaría e investigando casos lo han ido apartando de su familia. Del mismo modo, el inspector va siendo consciente de su mortalidad y de que cada día podría ser el último.  Es en este punto de su vida en el que la novela arranca.

Villalobos es fiel amigo de sus amigos y un padre y marido comprometido. Tiene la mecha corta ante la impertinencia y la insolencia (especialmente si viene de otro colega de comisaría, es decir, Víctor Echevarría) y tiene intolerancia cero hacia los maltratos domésticos, tras haberlos sufrido él y su madre. Algunos lectores nos han comentado que les gusta mucho su faceta de marido afectivo, escondida bajo esta capa dura que lo cubre.

Villalobos es el poli al que no te gustaría toparte si estás involucrado en asuntos sucios, pero es el amigo con el que te gustaría tomarte unas cervezas al sol de un domingo mientras se prepara una paella en el campo y te explica una anécdota con todo el sarcasmo que pueda reunir.

Raúl Reyes

***

Debo reconocer que inspirarnos para crear a Manuel Villalobos no nos resultó especialmente arduo. A grandes rasgos, Manuel Villalobos (inicialmente creado como "Manuel Villanueva") era la viva imagen de muchos de los hombres de la generación de nuestros propios padres: abnegados padres de familia, trabajadores duros y personas íntegras, de las que se visten por los pies. Aunque no se dediquen a pintar mandalas o jugar al Tente con sus hijos... ¡Pobre de aquel que se pase un pelo con ellos!

Muy a su pesar, Manuel Villalobos se ha hecho mayor realizando una labor no apta para estómagos delicados; una labor dura, áspera e ingrata, en muchas ocasiones, como puede ser la de policía. Manuel Villalobos es uno de aquellos policías que ingresó joven en la última etapa del franquismo y que tuvo que aprender a ir adaptándose a los ritmos y necesidades que la sociedad española de la llamada Transición generaba. Su afán por mejorar profesional y personalmente le permitió llegar a ser inspector en una época en la que las fuerzas de seguridad trataban de desprenderse del aroma a fuerzas represoras que les imprimió la dictadura franquista y, al mismo tiempo, no dejaban de mirar por encima de sus hombros cuando el terrorismo de ETA y una delincuencia común rampante campaban desbocados.

A ojos de algunos de sus compañeros, Manuel Villalobos era considerado una especie de dinosaurio chapado a la antigua por su comportamiento, estilo de vestimenta, peinado o gustos musicales sin que ello pudiese restarle un ápice en la solvencia de su trabajo como inspector. Con tiempo, Manuel podría llegar a ser un flamante comisario de policía. Es, precisamente, el compromiso con su profesión y lo que de la experiencia de ella se deriva, lo que hace que Manuel, iniciada lo que entonces se denominaba la "crisis de los cuarenta", tome perspectiva y conciencia de la rapidez con que pasa la vida y lo mucho que ama y le importan sus hijos y su mujer. El contrapunto a Manuel es su compañero Agustín Sampedro, un padre amante de su hijo y un marido divorciado que no ha podido, o no ha sido capaz, de luchar contra lo que es, un policía vocacional volcado en su trabajo que ha perdido la unión familiar.

Con Manuel Villalobos hay que saber estar a las duras, y, aún más, a las maduras pero, cuando las cosas se tuercen, reza para que esté a tu lado.

José Requena

Créditos de fotos: Canva.